lunes, 16 de noviembre de 2009

Tolerancia al chopped

Hay dos alimentos que siempre me han sentado regular, la leche condensada y el chopped, con y sin aceitunas.

El primero viene de antaño. Mi madre, aconsejada de forma pueril por algún descendiente de Herodes, me destetó con leche condensada de la época. Cuando no existían las campañas de presunta salud promovidas por el estado protector, los puntos de referencia eran escasos. Así que la buena señora procedía a "abrocharme" biberones de la empalagosa sustancia, impulsada por el afán de dar lo mejor a sus hijos y con el convencimiento de un crecimiento sano y robusto. Ni qué decir tiene que no he vuelto a tomarla desde entonces y a día de hoy desconozco los efectos que me produciría su ingesta. Eso si, ahora sano y robusto estoy, ¿contribuyó el destete?

El rechazo al segundo me tiene sumido en la duda, pues no logro recordar episodios relacionados con la sustáncia. Se trata del chopped, un alimento que no entraba demasiado en casa, pues competía con el jamón serrano y el de york, mucho más sanos según mis progenitores, que siempre han procurado lo mejor para la familia. Además, todos sabemos de la nobleza de los segundos comparada con el carácter plebeyo del primero. Eso por no hablar del chopped con aceitunas. ¿A qué mente perversa se le pudo ocurrir tal infamia?
A lo que íbamos. Empecé a notar molestias al ingerirlo, sobre todo si lo hacía sin pan, que ya sabemos que las penas con pan son menos penas. Dejé de comerlo en el otoño de 1976, un año después de un acontecimiento importante y un año antes de otro acontecimiento importante.

Transcurridos unos años, catorce concretamente, un hecho vino a cambiar mi relación con el entorno, que hasta entonces había sido de un alegre y despreocupado tú a tú.
De la noche a la mañana me quedé en situación de desempleo, más elegante que quedarse en paro (nobleza castellana). Al principio no le dí importancia, avatares del destino superables con facilidad y dignidad. La situación se alargó unos meses, no lograba acceder a un puesto de trabajo y tuve que tomar decisiones drásticas para paliar la nefasta situación económica que tan cruel destino había propiciado.

La primera medida tomada supuso el cambio del flamante Opel Frontera, que había adquirido a base de esfuerzo y comisiones legales, por un Alfa Romeo rojo macarra de segunda mano y un dinerillo en pesetas. El euro todavía no había encarecido nuestras vidas. No me identificaba con aquel excesivo vehículo, más propio de otros menesteres que el de llevar a la familia de excursión, pero es lo que había y gracias.

Casi al mismo tiempo, comencé a tomar dósis homeopáticas de chopped, con el fin de predisponer al organismo a su ingesta y conocer el grado de tolerancia del cuerpo a la agresión. Hay que prepararse para subsistir en las condiciones más adversas, me decía una y otra vez. El éxito fue absoluto, el cuerpo no se resintió, y disfruté de buenas tardes merendando chopped en compañía de amigos y conocidos.
Pasado el mal trago, y con las cuestiones laborales fuera de la U.V.I., volví a frecuentar el jamón serrano, sin presiones ni ansiedades, poco a poco, como se hacen las cosas bien hechas.

Aunque el tratamiento funcionó no he incorporado el chopped a mi dieta mediterranea; eso si, puedo comerlo sin temor a una urticaria, un exceso de sebo en el pelo o algo parecido. Y es que no hay nada como la aplicación estricta de los principios médicos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario