viernes, 13 de noviembre de 2009

Anderson

Entraba este verano en un vestuario a cambiar el traje de baño por ropa de calle cuando, como de ultratumba, me llega una voz tenue e insistente.
- Señoooor, señoooor, escuchaba intrigado.
Fui asomándome uno a uno a los diferentes cuartitos, ora retretes, ora vestuarios, cuando sentado en una taza de wc encuentro a un niño de poco volumen (hay niños enormes, pero otro día hablamos de ellos). Prácticamente no se le veía, pues la tapa de sentarse estaba subida y el “renacuajo” apenas podía sujetarse para no caer dentro. Hasta ahí, normal, con el apretón se olvidó de bajarla, pensé.
Lo que no me pareció normal es que estuviera todo el suelo lleno de papel del dispensador para limpiarse. Observo al muchacho y veo que sigue sacándolas del dispensador y dejándolas caer.
- ¿Qué quieres?, ¿te pasa algo?
- Que no me se limpiar, afirmó con esa inocencia patrimonio de la tierna infancia.
- ¿Y eso?
- Es que sale poco papel.


Acabáramos. El pequeño esperaba formato rollo eterno como en casa y no esas pequeñas y modernas servilletas de suave tisú más propias de la nariz que de esta otra zona del cuerpo. Ante sus atónitos ojos solo salían trocitos, por más que se esforzara tirón tras tirón. Ahora sé porque está el suelo lleno de papeles.
- No te preocupes, coge un papel, te limpias un poco, coges otro, te limpias más, y así hasta que acabes.
- Bueno señor,¿así?


En ese momento se agacha de tal manera que casi toca el suelo con la cabeza, como si fuera de goma. Y mete el brazo con el papel en la mano entre las piernas, no por un lado, al estilo occidental.
Práctico, pienso, hasta el sieso va a quedar como una patena.
Con la misma naturalidad antes mencionada, me enseña el fruto de su labor, un papel bien manchado que certificaba el éxito de mis lecciones.
- ¿Así? Repitió.
- Perfecto!, le respondí henchido de satisfacción.

Como estábamos intimando, supuso que me tenía que decir que se llamaba Anderson, que tenía 4 años y su hermana 12. Muy bien, chaval, me alegro.

Al no ver mancha en el enésimo trozo, decide que ya ha terminado la operación en un ejercicio claro de sentido común, tan joven! Me lo dice –hay que mantener informado al interlocutor- y, al girarme, veo la taza llena de papel, lo que me inclina a seguir aleccionándole no sea que al final provoquemos un atasco.
- Tira de la cadena, Anderson . Ordené.

Obediente, como debe ser, y sin subirse el traje de baño arrastrándolo por el suelo ,ya castigado por el trasiego del día, camina hasta la pared y estira del tirador.
Pensé que la embarazosa situación se había acabado cuando observo que la cara de Anderson se pone colorada de repente. Un nuevo apretón da con él en el mismo lugar donde lo encontré. Salí disparado sin mirar atrás, no sea la voz de ultratumba de nuevo.

Ya por la tarde, después de comer, veo a Anderson nadando en la piscina con su flotador. Por supuesto, no me bañé.

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