domingo, 6 de febrero de 2011

Una nueva unidad de medida


Ahora que está de moda revisarlo todo, hay un programa de tv que repasa la historia de la publicidad, tanto impresa, como anunciada en este noble, entretenido y cargante medio de (in)comunicación.
Hace unos días, el tema elegido fue el del tratamiento que la publicidad daba al papel de hombres y mujeres respecto al asunto de las tareas del hogar. Como podéis imaginar, el género masculino quedaba en evidencia -sonrisa con sorna del presentador e invitados incluida- dada su escasa inclinación a colaborar en las mismas. Cosas de la época, la cultura, la educación y, seguramente en muchos casos, la ignorancia y la comodidad.
Hoy es diferente, me consta, aunque hay cosas que denotan que el macho (alfa o no) mantiene cierta distancia con esa sensibilidad plena exigida por los amantes de lo correcto.
Mi señora y mi suegra pueden confirmar que soy de los que contribuyen, con tiempo y dedicación, a resolver las diarias servidumbres del día a día en el hogar. Limpio, plancho, compro, pongo coladas, no dejo pelos en la bañera, meo sentado, riego las plantas y reparo los pequeños desperfectos. Lo que no hago habitualmente es cocinar de forma elaborada; no me ha llamado Dios por el camino del fogón. La tortilla francesa me sale exquisita, al igual que el arroz chino del chino de la esquina. El punto a la carne se lo doy, faltaría más.
Eso si, lo hago todo a mi aire. No termino de entender lo de separar la ropa delicada, la diferencia entre un multiuso y un limpia cristales, la bondad de un detergente líquido frente al de polvo, o la diferencia entre aplicar vapor o agua a la hora de planchar. Incluso los diferentes electrodomésticos tienen únicamente un solo programa, el de siempre, y al mismo me adhiero con devoción franciscana. Cierras la puerta, le das al botón de marcha y listo. No considero estas acciones como una falta de sensibilidad, más bien como una ausencia de preocupación. Ya tengo bastante con la crisis.
Luego está la cuestión de la cantidad de producto a utilizar. Propongo una unidad de medida universal, el chorritón (chorritoncete o chorritoncillo para los no iniciados). ¿Cuanto detergente pongo en la colada? Un chorritón. ¿Cuanto jabón en el lavavajillas? Un chorritón. ¿Cuanto antical en la bañera? Un chorritón. ¿Cuanto domestos en la taza? Pues también un chorritón. Incuestionable, práctico y casi, casi, exacto.
Y cuando hay lío, porque a veces lo hay, cuando algo sale mal y silbar no te soluciona nada, siempre argumento lo mismo: seguimos siendo un tanto primitivos y las universidades no ayudan. ¿Para cuando un master postgrado en ingeniería del hogar?

Nota del autor - La fotografía es de un amigo, me la ha cedido en exclusiva y no tiene más.