viernes, 6 de noviembre de 2009

Restaurante self-service

Ingresa en el establecimiento una manada de seres humanos -y no tanto- del más diverso pelaje; nosotros, con hambre y sin opciones cercanas, decidimos sumarnos al festín sin conocer la catadura del lugar.

Como "llenamos antes la tripa que el ojo" (mi abuela decía), el restaurante no duda en aplicar las modernas técnicas de marketing para evitar que la desmesura termine afectando a su cuenta de resultados. Lechuga "tutti plen" y ensalada de patata nada más entrar al local, con los niveles de azucar en sangre bajos que te rilas, para que no puedas llegar en forma a los segundos y a los postres, más caros. En estos momentos debe hacerse visible tu sangre fría y tu criterio, rechazando convertir en plato único lo que no deja de ser una vulgar guarnición.

Escena 1 - Coger bandeja. Algo no tan sencillo como a primera vista puede parecer. Hay que tratar de elegir una que luego no te tengas que llevar a casa pegada a la mano. Una simple pasada de gamuza sucia no basta para eliminar encuentros indeseables. No obstante, gracias al ISO9001 Certificación de Calidad disponemos de papel para poner encima. Un minucioso análisis de los cubiertos para una elección sensata y dispuestos al asalto del lineal.

Escena 2 - La fila. Caray con la señora, no para de embestirme con su bandeja. Entrada en años, abrigo de astracán de la popular casa García Peleteros en Benetusser, fan de Ana Rosa Quintana, en fin.
"Señora, sería tan amable de dejar de dar golpes en mi bandeja? Gracias." - qué ansiedad, qué bajada de azucar en sangre tiene la pobre, pienso.
El día que falte la comida, lo de Bosnia va a parecer "La Casa de la Pradera" ("Little house on the prairie" en inglés).

Escena 3 - El condumio. Como no se llega a ver la zona de platos calientes, acaparas todo tipo de lechugas por si al final falta (ver primer párrafo). O por si el estado de los alimentos no responde a las más mínimas exigencias visuales. El plato parece un catálogo de platos congelados, no solo por el color. Una vez dada buena cuenta del primer plato, visita a lo contundente. Tres sustancias a elegir, tres. Arroz con pollo, desaconsejado a primera vista; fideua sin tropezones, veremos; pollo en salsa, Dios mío más pollo no!
Mira que no suelo equivocarme, pero esta vez.

Escena 4 - La mesa de al lado. Abuela, padres, hijos y nietos. Todos juntos en feliz armonía discordante. A la abuela hay que darle de comer. El peor momento lo pasó con el postre, no había manera de tragar el plátano. En un momento de descuido, alguien se lo había metido casi entero en la boca. Incluso tuvo unos minutos una hebra colgando y parecia que le habían puesto el sobrecito de te directamente en la boca para no tener que sujetarle la taza. La familia es la primera que te entierra.

Escena 5 - El café. Como cada vez abrazamos más la cultura anglosajona, se hace difícil encontrar un sitio donde poder degustar un café inhalando el humo del, ahora, acorralado cigarrillo. Creimos hallar refugio en el hotel pero, hete aquí, oh fatalidad!, tampoco. Opción, la terraza. Y allí, con los abrigos puestos, la taza de diseño de café en la mano, el pitillo en la boca y el cielo por techo, encontré felicidad.

1 comentario:

  1. Encantador relato. He clicado un poco por ahí para que te lleves unas perrillas! A ver cuando me acuerdo de recopilar los textos. Un abrazo

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