lunes, 21 de diciembre de 2009

miércoles, 16 de diciembre de 2009

La zapatería de tío Antonio

La zapatería de tío Antonio conserva atributos de épocas pasadas, con vigas vistas, estanterías de madera y suelos de tarima chirriante. Los sillones estilo capitoné, los espejos barrocos y los mostradores de forja complementan el acogedor espacio.

La zapatería de tío Antonio siempre ha sido un centro de vida social. Al estar situada en el centro de la ciudad, es lugar de paso, y de visita casi obligada para todo aquel ávido de conversación intranscendente y descriptiva, o viceversa. Lo importante es compensar lo poco que se ve con lo mucho que se oye, como en todas las ciudades pequeñas.
Cuando coinciden gentes que no se conocen, tío Antonio los presenta con la noble y atroz intención de que las relaciones personales avancen más allá de la mirada indiferente.

La zapatería de tío Antonio tiene ahora fuerte competencia, además de desigual. Dos grandes superficies (así llamadas eufemísticamente), grandes –insisto-, cómodas, anodinas y con parking –ostras!-. Además de alimentación, venden zapatos y todo lo que pueda satisfacer nuestras necesidades. Según estadísticas, tan fiables como otras estadísticas, nuestro consumo “necesario” ha aumentado un 50% el los últimos años, casualmente la cantidad de empleados que, sobre el total de la plantilla, ha tenido que despedir muy a su pesar tío Antonio.

La zapatería de tío Antonio ya no existe. El local se lo han quedado unos chinos para montar una tienda de zapatos, paradojas de la vida. Como los chinos no hablan muy bien el castellano, la vida social se ha reducido considerablemente. Han cambiado el mobiliario, y la decoración es inexistente, no cabe!
Ah, y las vigas las han tapado.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Nuestra relación con la publicidad en televisión

De un tiempo a esta parte no paro de oír la misma cantinela. Que si los anuncios son un coñazo, que si podían poner las películas sin cortes publicitarios, que si para lo único que sirven es para poder ir a mear sin perderse el momento cumbre, etcétera.
He de confesar que me gustan –no todos, que también hay poca sustancia a veces- los espacios publicitarios, no solo por (de)formación profesional, sino también por motivos mucho más elevados y egoístas. No hago zapping para ver los anuncios porque son los mismos en todas las cadenas, que si no.

La publicidad es, en primer lugar, información. Que levante la mano la persona que tenía constancia de la existencia del bífidus –activo, eso si- antes de que Coronado nos diera a conocer sus problemas intestinales. Por no hablar de los maravillosos productos de la Teletienda como el pump and seal, el home magic juicer o el vibro power professional. No sé como hemos podido pasar sin ellos en esta España mía, esta España nuestra.

En el apartado crematístico del tema, París bien vale una misa. Si desaparece la publicidad, desaparece la financiación. Sin esos pequeños cortos de veinte segundos, alguien tiene que pagar la cuenta. ¿Está ud. dispuesto a hacerlo? (la pregunta es retórica, no pretendo debate, que luego la gente termina insultándose, como en los foros).
Diez de cada nueve televidentes encuestados afirman que les jodería tener que pagar por ver un partido de Nadal o una película de Almodóvar, por poner ejemplos paralelos. Y ya sabemos que la estadística, aunque miente, nunca se equivoca.

Propongo atención a los cortes publicitarios, nada de levantarse con cualquier nimio e intrascendente motivo. Antes del inicio del programa, todo el mundo al baño; se acabaron las excusas. Y tarareemos de vez en cuando la música de algún anuncio, en la ducha o en cualquier otra estancia de la casa –desaconsejado en la calle o en el trabajo-. No hace daño a nadie y nos ahorra un buen dinero

Afirmación manchega

No ni ná.

martes, 1 de diciembre de 2009

El chino, el abuelo y el bus

Desde que vivo en Palma de Mallorca utilizo con frecuencia el transporte público. Cómodo y práctico, me recoge casi en la puerta de casa y me deposita en el centro de la ciudad. Excepto en horas punta de verano, donde al calor ambiente se une el calor humano, el viaje suele ser bastante agradable. La única preocupación radica en bajarse en la parada adecuada, cosa que no siempre consigo a causa de algún despiste momentáneo producto de mi inmersión en lecturas arrebatadoras o ausencias mentales.

Ayer se produjo uno de esos capítulos curiosos, cargados de simbolismo que, cuanto menos, te hacen sonreír.

Subo, pago y me apresuro a ocupar mi rincón favorito. En medio del pasillo me topo con un chino (desconozco la región de origen) que carga con una enorme maleta china roja y azul (son todas iguales) también en medio del pasillo ¿Qué le costaría arrinconarla un poco para dejar pasar con holgura?, pienso.

En la siguiente parada sube un abuelo no delgado con bastón, aspecto castizo local y poca agilidad en sus desplazamientos. Para más detalle, el mencionado es sordo, pues lleva el aparato bien visible detrás de la oreja. Uno de esos voluminosos aparatos que, como los teléfonos móviles de antaño, le sobrepasaba el pabellón auricular.
El chino, viéndole avanzar, se da cuenta de su inconveniente posición y se retira un poco para dejar pasar.

- Gracias, muchas gracias. Le dice el viejete en tono de voz alto, propio de los sordos.

El chino no entiende nada y mira al abuelo con cara de vaca que ve pasar el tren. Gesto impasible, pero sonrisa eterna. Su preocupación (como a veces la mía) es saber donde tiene que bajarse, pues los altavoces del bus canturrean las paradas en catalán y castellano, idiomas desconocidos para él.

Nuestro co-protagonista, animado por la sonrisa y pensando que era momento de confidencias en voz alta, se coloca al lado del oriental y comienza a hablarle sin percatarse de que el amigo no entiende ni papa.

- Ya lo dijo Arquímedes, “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”.

Anonadado me quedo con el abuelo filósofo. Seguro que nadie del bus esperaba esta cita de sopetón. Los pasajeros hacen ademán de aplaudir pero al final se contienen.
Al chino no se le mueve un músculo de la cara. Sonrisa eterna como decía.

- ¿Qué, de vacaciones? La liamos, ahora no cita, pregunta. A ver como sale el chino de ésta.

A estas alturas de película, se ha percatado –como para no darse cuenta por el tamaño del adminículo- de la sordera del jubilado y mueve la cabeza de tal manera que no se sabe si afirma o niega. Qué habilidad, pienso. Todos contentos.

- ¿Por muchos días? El abuelo a lo suyo. Qué más da si responde o no.

Después del tanteo, la sentencia:

- Prefiero que vengáis de vacaciones que a trabajar, que hay mucho paro en España.

Directo, contundente, sin prejuicios políticamente correctos. La conexión pensar-decir no encuentra obstáculos éticos ni lingüísticos. Qué cabrón el abuelo!

El bus se para y el chino se baja aliviado. Desconozco si lo hace porque es su parada o porque se huele algo. Siempre nos han dicho que son muy intuitivos.
Yo, sin haberme repuesto de la sorpresa, también respiro aliviado. No es momento de un conflicto diplomático, que bastantes líos tenemos ya.