martes, 28 de septiembre de 2010

La mesa de despacho

- ¿Cómo ha ido la semana, F.?
- Regular. Hemos vuelto a bajar las ventas y no cumplimos los objetivos marcados a pricipio de año.
- No te preocupes, seguro que todo se arregla.
- Si...bueno. Hoy es viernes y prefiero no pensar en ello. El lunes será otro día.


F. se levanta el lunes temprano, como de costumbre, para llegar a tiempo a la oficina. Le gusta tener la mesa ordenada y preparado todo antes de que se abran las puertas del concesionario ("consecionario" que diría un conocido alcalde) de automóviles donde trabaja.
Al llegar a su puesto de trabajo, sorpresa!, su mesa ha desaparecido, en cambio ("sin en cambio" que dice mi peluquera) la silla sigue en su sitio. Intrigado, pregunta a sus compañeros y nadie sabe nada.
La intriga da paso a la confusión. No entiende porqué no está su mesa. Ante tan extraña situación, F. se sienta en la silla y espera que llegue su jefe.

- Quizá estén cambiando de mobiliario. El que teníamos era poco funcional y un poco viejo. Hay que dar buena imagen al cliente. Barrunta mientras espera, entre la ilusión y el autoconvencimiento.

Se siente desnudo sin su mesa, en medio de la sala llena de vehículos esperando ser vendidos. Y lo peor es que se ha convertido en el centro de atención de clientes que, curiosos, deslizan su mirada hacia él.

- Ha llamado el jefe, vendrá en una media hora. ¿Vienes a almorzar?
- No prefiero no moverme de aquí. Igual traen mi nueva mesa y quiero estar presente.


Es media mañana y Don Manuel, el jefe, entra por la puerta de la tienda.

- Buenos días Don Manuel! Verá, he llegado esta mañana y mi mesa no estaba. ¿Sabe ud. algo?

Una hora después, F. llega a casa.

- María, me han despedido.

Un saludo

A todos aquellos hijos de la gran puta que sacan sus perros a cagar a la calle y, encima, no recojen la mierda.
Lucifer los tenga en sus oraciones.