martes, 17 de noviembre de 2009

Aburriéndome solo lo paso mejor

Según sesudas teorías escritas por Alfred Schutz en su obra "Estudios sobre teoría social" (1964), la relación con los demás es imprescindible para el desarrollo personal. Estas teorías vienen siendo refrendadas con sistemática insistencia por universidades escandinavas -entre otras- punteras en todo tipo de estudios que, en principio, se me antojan inútiles. ¿Es necesario emplear tiempo y dinero en la realización de algo cuyas conclusiones conocíamos desde hace miles de años?

En mi caso, no hizo falta el voluminoso recordatorio. Mantengo relaciones sociales desde la más tierna infancia, cuando éstas consistían, tanto en el cole como en el barrio, nuestros dos principales escenarios de actuación, en la caza del semejante, o de su bocadillo, que para el caso era lo mismo. Había amigos de los que te cuidabas, y enemigos de los que te defendías. Y luego estaban los indefinidos, con los que no compartías confidencias, pero tampoco los apedreabas, siempre a la espera de que se definieran para emprenderla con una cosa o con la otra.
Esta afición a mezclarse con los demás la mantuve activa durante muchos años. Yo, que siempre fui un niño poco expansivo, hacía verdaderos esfuerzos por ampliar mi capacidad de relación aplicando destrezas inspiradas en pautas de comportamiento de los actores más taquilleros del momento. La película Grease -tuve la suerte de que me pillara adolescente- marcó el punto álgido de la emulación subrepticia con sus grupos de amigos, sus malos de merendero, sus diálogos intrascendentes y su final feliz. Fue salir del cine y hacer 15 amigos de golpe, aunque siendo sincero duraron poco, lo que tardó en programarse El Cazador (Michael Cimino), dura película que nos introdujo en la post-adolescencia acabando de golpe con la inocencia.
De un tiempo a esta parte me he vuelto bastante selectivo con las denominadas relaciones sociales. No sé si será la edad, el hecho de conocer ya a demasiada gente o ambas cosas a la vez, pero empiezo a huir de encuentros insustanciales que no me terminan de aportar beneficio espiritual. Con frecuencia nos reunimos por el simple hecho de juntarnos con seres de nuestra misma especie, sin valorar demasiado otro tipo de calificaciones. Y, lamentándolo mucho, no tengo tiempo que perder, ni conversación que amenizar, ni situación que amamantar. Siendo claro, la mayoría de las veces la vida social es un auténtico coñazo.
Ya decía B. Shaw que cuando alguien tiene algo que decir, la dificultad no está en conseguir que lo diga, sino en impedir que lo repita a menudo.
Y en eso estoy, ciñéndome a lo seguro. Al final lo paso mejor aburriéndome solo que haciéndolo en grupo.

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