jueves, 24 de octubre de 2013

Cállate amigo, cállate



Cuentan las crónicas de la época que ese día se procedía a ajusticiar, mediante ese noble, acreditado y expeditivo invento que es la guillotina, a tres personajes que habían puesto en duda las bondades de la Revolución, allá por la Francia de finales del siglo XVIII. Se trataba de un clérigo, un hombre de leyes y un físico y matemático, condenados después de uno de esos juicios justos a los que el alboroto nos tiene acostumbrados.

Como contrapartida (siempre hay un lado bueno), acababa de ser adoptado el uso de la guillotina a fin de que la muerte fuese igual para todos, sin distinción de rangos o clase social, evitando el sufrimiento del agraciado. Estas Revoluciones, siempre tan igualitarias. Menuda suerte!

Pusieron la cabeza del primer condenado en el cepo, entre evidentes muestras de júbilo del populacho reunido para la ocasión, y se dispusieron a separarle la cabeza del cuerpo. Bajó silenciosa la hoja pero lejos de rebanarle el cuello quedó suspendida, llegando sólo a rozar la parte superior del mismo. Sorpresa general. Milagro, milagro! se apresuró a decir el clérigo. Soy un representante de Dios en la Tierra y éste no ha querido mi muerte, ¿qué más pruebas queréis? Dejadme libre de inmediato! Y así se hizo.

Pusieron la cabeza del segundo homenajeado en el cepo. La liberación del primero había aumentado la sensación de fraude entre los presentes, pues habían sido convocados para tres ejecuciones y ya sólo verían dos. Murmullos, mal asunto. El caso es que la hoja, como había sucedido con el primero, quedó suspendida rozando el cuello del reo pero sin cortarlo. Justicia, justicia!, gritaba el hombre de leyes. La Divina Providencia ha querido salvar una vida dedicada a hacer justicia entre los hombres, ¿qué más pruebas queréis? Debéis soltarme para que siga ejerciendo mi labor. Y así se hizo.

Vaya mierda de Revolución, empezaba a pensar la plebe ante tanto perdón Divino.

Es tu turno, amigo. Subieron al físico y matemático al cadalso, entre vítores y esperanzas de ver consumada una de las tres ejecuciones prometidas.
Antes de que le pusieran la cabeza en el cepo, el condenado argumentó. Yo no entiendo nada de las cosas de Dios, tampoco sé nada de impartir justicia. Lo que tengo claro es que el grosor y tipo de cuerda no son los apropiados para este sistema de poleas, lo que hace que no funcione bien el mecanismo de la guillotina.
Fueron sus últimas palabras. Exactas, llenas de conocimiento del medio, fatales.

De lo anterior podemos deducir que es mejor no exponer ciertos conocimientos, si se quiere mantener la cabeza pegada al tronco.
No sé de qué me suena lo de las promesas y lo del conocimiento, sobre todo en este país.


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