lunes, 1 de marzo de 2010

Competitividad española

Acostumbro a pasear en bicicleta por el carril-bici de la bahía de Palma de Mallorca. Es un recorrido vistoso, alegre y entretenido. El mar, la luz y los barcos a un lado; edificios y monumentos a otro. La brisa marina acariciando la piel y el sol tostándola. Cuando hay sol. Los fines de semana se abarrota de gente de toda condición, envergadura y color practicando deporte, un poco saturado e incómodo.
Entre semana encuentras especimenes de carácter casi profesional con poderosos muslos, como los de las folclóricas. A los alemanes, sobre todo, se les distingue por su completo equipamiento. Casco, maillot colorista, culotte, zapatillas con anclaje, bicicleta ultra ligera, luz delante y detrás, etcétera. Todo de la máxima calidad y prestaciones.
Yo, que siempre he sido un poco primitivo, además de pobre, pedaleo con “lo puesto”. Velocípedo modelo Carrefour’09, camiseta holgada, pantalones sencillos y zapatillas de ir al gym o de hacer footing, multiuso.
A mi ritmo, a veces me adelanta orgulloso un teutón con todo su aparejo pensándome presa fácil de su apetito deportivo.
En ese momento, con un esforzado golpe de pedal, me sitúo detrás de él, a distancia suficiente para que no me huela. Le dejo saborear la victoria durante unos minutos y, en un demarraje propio de Perico Delgado, le doy una pasada por la izquierda sin tiempo para reaccionar.
Como la meta la pongo yo de forma imaginaria, antes de que me alcance de nuevo, doy por finalizada la carrera.
¿Quién dice que los españoles no somos competitivos?

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