jueves, 9 de diciembre de 2010

Homo homini lupus


Una buena oportunidad, pensé al ver la espectacular oferta de prendas polares publicitada por una conocida cadena de tiendas de ropa y objetos relacionados con la práctica deportiva.
El pasado martes encontré un hueco en mi apretada agenda así que, ufano, cogí mi scooter (otro día hablo de ella) y me dirigí a la tienda más próxima a casa.
Al llegar y ver el parking lleno, dudé de si entrar o no, aterrado al imaginarme la multitud descontrolada, enloquecida por obtener el preciado objeto de deseo (podemos incluso obviar lo de preciado y lo de deseo). Pero ya estaba allí y, en un acto de valentía, pa' dentro.
Ya en el interior me quedé un poco sorprendido pues no había tanta gente como vehículos en el parking hacía suponer. Que bien, volví a pensar (dos pensamientos el mismo día, agotado estaba), no hay hordas actuando como sólo ellas saben actuar.
Pregunté a una empleada que portaba rictus de ignorancia donde podía encontrar la prenda deseada y me indicó al fondo a la derecha. Recuérdese que todo, sin excepción, está al fondo a la derecha en este tipo de establecimientos; no sé para qué pregunto. Todo era normal hasta ese momento, pasillos iluminados, productos en su sitio, familias con niños coñazo, jóvenes y jóvenas, olor a plástico chino.
Por fin llego al fondo a la derecha y no doy crédito. La marabunta, la plaga anunciada en la quinta trompeta del Apocalipsis. Cienes y cienes -que diría mi peluquera- de personas alrededor de unos grandes cajones repletos, se supone, de las ofertadas prendas.
¿Qué hago?, ¿me bato en retirada?, ¿me aventuro y que sea lo que Dios quiera? A pesar de no ir preparado (armadura y lanzallamas no me caben en el cajón de la scooter, de la que hablaré otro día, no insistáis) tomé la heroica decisión de adentrarme en el tumulto. Hay que ser valiente de vez en cuando.
No conseguía llegar a los cajones. Perdón, perdón, ¿me permite?, ¿sería tan amable? Los métodos tradicionales no surtían efecto así que tuve que pasar al plan B. Éste consiste en poner cara de "yo no he sido" y liarte a empujones y codazos. Lástima que esa tarde no estaba cabreado, suele ser un buen lenitivo.
Llego a mi destino, estoy feliz, pero de inmediato me invade el desánimo. ¿Dónde cojones está mi talla y el color que busco? Lo que tendrían que ser cajones marcados con su contenido dentro se habían convertido en continentes desordenados llenos de todo tipo de cosas. Un guante suelto, un bote de pelotas de tenis, un candado de bicicleta....incluso un niño pequeño que alguien debió perder en el fragor de la batalla. Y yo buscando, a la vez que defendía mi posición del ataque de otros seres casi humanos.

Como soy bastante cartesiano, estaba al borde del colapso. Prendas por todas partes, falta de asitencia (los empleados escondidos, hacen bien), mordiscos por la talla "L", gritos, caos generalizado. Un universo desconocido para mi.
Decisión final, hay que llevarse algo que compense el sufrimiento. Y así, a ojo de buen cubero (¿qué diablos quiere decir "ojo de buen cubero"?) trinco la prenda que presumo me irá bien de tamaño y el color aproximado al deseado.
Satisfecho, aunque un poco debilitado, logro salir indemne del tumulto, llego a caja y abono los 5 € que costaba la susodicha. Ofertón, ya digo. El precio es el problema y la solución a la vez.
Soy como soy y hasta llegar a casa no le presto atención a la compra. La saco de la bolsa y me doy cuenta de que he cogido la talla "M" en vez de la "L" y en color verde pistacho en vez del verde melón que me apetecía.
No estoy disgustado, iré a cambiarla. Cuando esté cerrado.

1 comentario:

  1. Gracias por tus relatos que me han hecho reir un buen rato. Gloria Fuertesss XP
    Me estoy imaginando lo guapo que vas a ir con la talla M y en verde pistacho...

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