domingo, 23 de mayo de 2010

El patito hinchable

El día ha amanecido como siempre, con la salida del sol. Después de un buen desayuno, Enrique y yo nos dirigimos a la playa a iniciar la jornada laboral. Tiene una escuela de windsurf y una pequeña tienda de bañadores y complementos en Playa d'en Bossa, Ibiza. Es bonito tener la oficina allí, invita a la contemplación, alivia pituitarias y, sobre todo en Ibiza, alegra la vista.

A eso de las cinco de la tarde, con la calorina en todo su apogeo, vemos que se acerca deprisa y con evidentes muestras de nerviosismo un tipo moreno y enjuto.
- Por favor, ayúdenme. Mi señora, mi señora!
- ¿Qué pasa, buen hombre?, responde Enrique.
- Que mi señora se ha quedado dormida encima del patito hinchable y está allí -señala un bulto en mitad del mar- y no puede volver, no sabe nadar. ¿Pueden coger un barco de estos y traerla?
La escuela cuenta con un par de catamaranes de alquiler. Barcos al fin y al cabo.
- No se preocupe, tranquilícese, vamos a ir a por ella.

La buena señora se ha alejado bastante; comodamente sentada sobre su flotador ha sido pasto de las corrientes. ¿Habrá sido de la paella o del alioli la causa de la situación? A base de lechuga no se consigue esa intensidad de sueño.
Llegamos a su lado y la postal es de fotografía de verano de cualquier revista insustancial. Oronda, histérica y asustada, sus carnes desbordan los límites exteriores del flotador, que no da abasto.
- Ay, por favor, ayúdenme, ayúdenme, grita nerviosa.
- Tranquilícese señora, la vamos a subir al barco.
Entre el peso, los nervios, la agilidad de la inconsciente y el mar, difícil labor.
Casi volcamos, pero al final logramos acomodarla evitando escoras.
- Vámonos, me dice Enrique.
- ¿Cómo que nos vamos?, ¿y el patito? (más gritos)
- Señora, el patito se queda.
- De eso nada, es nuevo y me ha costado un buen dinero. No lo voy a dejar aquí.
Es el día de suerte de la gorda, pensamos los dos. No vuelve al agua de milagro. Ponemos proa al patito de los cojones, largamos un cabo, lo amarramos como podemos y volvemos a la playa.
- Muchas gracias, muchas gracias, dice el enjuto. Yo pensaba en una buena propin, pero las estancias baratas no dejan resquicio a la generosidad.

Y se van discutiendo por la playa. El patito lo lleva él a cuestas. Los nervios. Y la puta ignorancia.

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