jueves, 3 de diciembre de 2009

Nuestra relación con la publicidad en televisión

De un tiempo a esta parte no paro de oír la misma cantinela. Que si los anuncios son un coñazo, que si podían poner las películas sin cortes publicitarios, que si para lo único que sirven es para poder ir a mear sin perderse el momento cumbre, etcétera.
He de confesar que me gustan –no todos, que también hay poca sustancia a veces- los espacios publicitarios, no solo por (de)formación profesional, sino también por motivos mucho más elevados y egoístas. No hago zapping para ver los anuncios porque son los mismos en todas las cadenas, que si no.

La publicidad es, en primer lugar, información. Que levante la mano la persona que tenía constancia de la existencia del bífidus –activo, eso si- antes de que Coronado nos diera a conocer sus problemas intestinales. Por no hablar de los maravillosos productos de la Teletienda como el pump and seal, el home magic juicer o el vibro power professional. No sé como hemos podido pasar sin ellos en esta España mía, esta España nuestra.

En el apartado crematístico del tema, París bien vale una misa. Si desaparece la publicidad, desaparece la financiación. Sin esos pequeños cortos de veinte segundos, alguien tiene que pagar la cuenta. ¿Está ud. dispuesto a hacerlo? (la pregunta es retórica, no pretendo debate, que luego la gente termina insultándose, como en los foros).
Diez de cada nueve televidentes encuestados afirman que les jodería tener que pagar por ver un partido de Nadal o una película de Almodóvar, por poner ejemplos paralelos. Y ya sabemos que la estadística, aunque miente, nunca se equivoca.

Propongo atención a los cortes publicitarios, nada de levantarse con cualquier nimio e intrascendente motivo. Antes del inicio del programa, todo el mundo al baño; se acabaron las excusas. Y tarareemos de vez en cuando la música de algún anuncio, en la ducha o en cualquier otra estancia de la casa –desaconsejado en la calle o en el trabajo-. No hace daño a nadie y nos ahorra un buen dinero

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