Dios me libre de pretender escribir una crítica cinematográfica. Voy mucho al cine, sin distinción de géneros, nacionalidades, actores o temas. Pero no soy crítico de cine. Me guío por mi intuición para decidir, mi satisfacción personal cuando salgo, y mi memoria, así que hayan pasado unos días, para comprender la huella. Si es que la ha habido.
El pasado lunes acudí, ufano como siempre, a visionar la película
"Balada triste de trompeta", del laureado director y, ahora, presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España (casi me ahogo) Alex de la Iglesia. El primer rato, la película prometía (como muchas) pero, poco a poco, los diálogos se iban volviendo vacíos, los personajes se iban difuminando y la tendenciosidad se iba adueñando de la pantalla. No sigo, labor de otros.
Una vez más, y van....en el cine español, revisión plana del pasado, sin otro punto de vista que el del presunto perdedor, omitiendo hechos, descalificando con pretendida ironía, tergiversando la historia, clamando una compensación que ya nunca se producirá. Creando opinión con el sesgo del ignorante o del paniaguado para que los espectadores terminen creyendo que, al final, Caperucita se merendó al lobo.
¿A qué viene otra vez tanto revisionismo?, ¿no hemos tenido ya bastante ración de "corrección política? Desconozco si el motivo ha sido el exceso de subvención, la veleidad no disimulada, la emulación técnicamente buena pero sin contenidos -ya tenemos un Tarantino, no necesitamos otro-, una excusa para mantener la industria en pie, o todo junto. Hacía tiempo que el asiento de cine no me echaba de esa manera.
Veo todo tipo de películas y no huyo de las que se hacen en España. He constatado, a lo largo de muchos años, que el cine español es un cine de perdedores, refugiado en la nostalgia, el chascarrillo, la gracia fácil, la picaresca y la burda imitación. Salvo honrosas excepciones, claro está. Luego nos extraña que la gente joven no acuda a verlo.